Cristina estuvo en Montpellier, (Francia); Jesús, en Taisley, (Escocia); Mirian, en Liubliana, (Eslovenia) y Cristina H., en Galway, (Irlanda). Todos ellos han sido Erasmus y ahora padecen en mayor o menor medida una nueva patología denominada depresión post-Erasmus.
Estos estudiantes han pasado casi un año fuera de casa en el que todo va más allá de lo educativo. Traer el curso 'limpio' es primordial, pero conocer gente, otras culturas y viajar se convierten en los quehaceres de la vida diaria. Al llegar a la ciudad de origen todo 'parece' diferente. Para ellos ha sido un año de cambios y el aterrizaje no es fácil. Piensan que son incomprendidos por el resto de la sociedad; buscan a personas que ha vivido la misma experiencia enriquecedora para compartirla y no son capaces de sintetizar las vivencias y emociones.
Los psicólogos españoles están planteándose incluir este síntoma entre los llamados síndromes de repatriación, aquellos que afectan a quien vuelve a su país o región tras permanecer un tiempo fuera. En Francia, por ejemplo ya es un desajuste psicológico reconocido.
De todos modos, hay estudiantes Erasmus que no se consideran depresivos. Jesús, que es estudiante de Química, después de su estancia en Escocia dice no tener el síndrome, pero asegura que le gusta que le llamen «nostálgico».
Llegó en Mayo, justo cuando sus compañeros de aquí comenzaban la época de exámenes. Jesús echó de menos poder salir y reconoce que se ha pasado encerrado en casa días. Una mezcla de nostalgia y apatía.
Cristina H. hace ya cerca de dos año que vivió la experiencia. Aún no ha vuelto a la ciudad de la que guarda mil y una historias, pero no duda en que tarde o temprano lo hará. «Tengo las historias de mi Erasmus grabadas a fuego lento», dice.
Los expertos consideran que el cuadro de síntomas presenta desajustes y poca identificación con el entorno; dificultad para comunicarse con familiares y amigos; pérdida del interés por los estudios e idealización del extranjero o conductas asóciales. Desde su punto de vista, la mayoría de casos se soluciona entre cuatro y ocho semanas después pero, si persiste, «sería necesario tratamiento psicológico».
Ha aprobado todas las asignaturas; habla un nuevo idioma, el francés; ha tenido la oportunidad de conocer otros países y ahora tiene casa, prácticamente, en toda Europa y por supuesto en cada rincón de España. Cristina, que cursa Biología, tampoco olvidará su año en Montpellier. Sólo hace una semana que ha vuelto y se pasa el día conectada a la red para hablar con sus nuevos amigos. Si antes las tertulias las tenían en las habitaciones o en las cocinas de la residencia, ahora son a través de Skipe, Tuenti o Facebook.
Tras esta estancia de ensueño, el estudiante se queda sólo con lo vivido y nadie te prepara para lo que viene después. Por eso muchos ex Erasmus deciden pasar a formar parte de asociaciones de antiguos alumnos. Ahí se relacionan con personas que han vivido situaciones análogas. Además, gran parte de ellos se implica en el proyecto y se encarga de acompañar a futuros becarios en su experiencia académica, como si no quisieran poner el punto y final a esa etapa de su vida.
Estos programas académicos han pasado por alto un efecto de estas consecuencias. Está bien fomentar la movilidad de los jóvenes, pero sin abandonarlos a su suerte al finalizar el intercambio. Cristina, como el resto de becados, razona que sería bueno que las universidades se interesasen por la vuelta de los estudiantes y que les acompañen en esta transición a su cotidianeidad. Se acabaron cenas 'pasta-tortilla-crepes', conversaciones entre eslovenos e italianos o las organizaciones tipo 'Una casa de locos'.
Os dejo el trailer de la película "Una casa de locos", estudiante que va de Erasmus a Barcelona.
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